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despus del almuerzo lo que hac a Anglica no era sestear, propiamente, sino, como dec a la
Jos , era dormir la mona. Porque regaba la comida con vino y m s vino. El viejo Petrus
estuvo formando, ao tras ao, una bodega que me asombró cuando llegu a inspeccionarla.
Bebidas tan finas que no correspond an a Santamar a. A esta especie de palacio lacustre, s .
Era para visitas de negocios, para el intento de seducir a jueces, abogados, banqueros,
prestamistas y dems recua. As que Anglica baaba el pescado con tintos Franceses y otras
incongruencias que hubieran horrorizado a cualquiera de esos que llaman gourmets.
Y as , mientras la Jos me hablaba, me iba rodeando con palabras para esconder su
propósito verdadero y por entonces impresentable; la Jos hablaba, repito, y Anglica
dorm a borracha.
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Nunca me pareció que mintiera. Aquella franqueza exagerada la proteg a de reproches
y desconfianzas. Toda su charla ansiosa estaba hecha de respuestas a preguntas no
formuladas pero que ella intu a que tal vez podr an llegar.
S , doctor, dec a, antes de mayor de edad comprend que por ganas y salud ten a que
darle gusto al cuerpo. Pero siempre supe cuidarme, pregntele a la Tota, as la nombramos
pero no es verdad del todo. Le aseguro que tambin puede ser muy macho, que hoy es el
boticario. Claro, tambi n a ese me lo hice y hoy no puede negarme nada.
Ah comenzó mi sospecha. Tal vez no se tratara sólo de vino y alcoholes. Empec a
visitar la farmacia. Barthe ya no estaba pero le hab a dejado al mancebo, adem s del
negocio, un inconfundible aire mujeril. Es que en estos asuntos acaban por emparejarse el
que da y el que recibe. Pero el muchacho atend a corts, con la bata entreabierta para lucir
unos excelentes pectorales halterof licos.
Despu s de fintas, amenazas, negativas y juropordioses, le record suavemente que yo
segu a integrando la Comisión de Compras del hospital. Y que, si segu a negando&
Tambi n recuerdo que relat, con la cara impasible, que para nada me importaba saber
quienes eran sus proveedores porque yo no era alcahuete de la polic a.
Bueno, supe que prove a a la Jos casi semanalmente. Las dosis no me parecieron
peligrosas pero s la frecuencia de las papelinas. Ahora se las administro yo. Pero la Jos
necesitaba conocer el origen de aquel embarazo de Ang lica In s Petrus Zabala. Ese era
entonces su nombre completo.
Dijo la Jos: Cerr todos los cuartos, son ocho, y no los baos. Mantuve un
dormitorio para las dos. Siempre dormimos juntas porque ella, pobre ngel, tiene ataques de
miedo con la noche y lo oscuro. Siempre conserv mi habitación de cuando yo era sirvienta,
una de las sirvientas de los tiempos en que don Petrus contrataba y siempre hab a peleas para
cobrar. Con decirle que hasta huelgas hubo y problemas de alimentación. Siempre dicen que
todo se est arreglando y que va a funcionar el astillero y tambi n el trencito. En fin,
veremos, dijo un ciego .
Pero, como le estaba diciendo, doctor, supe conservar mi refugio, esa parte de la casa
que sigue siendo m a hasta que Dios Brausen quiera. Se sube por una escalerita al costado de
la casa. Una escalerita que tapan hojas de hiedra y de un parral, creo. Por ah me visitan mis
amigos cuando Ang lica duerme. Mi lema de la vida es vive y deja vivir, gran sabidur a que
no respetan todos. Lo que s , como queda comprobado, es que no pod a dejarla vivir a ella.
Ni s cu ndo se produjo mi gran descuido. Cierto que yo ya sab a que ella no era santita de
yeso. Despus le cuento. Quiero que sepa que mi madre me quer a para fregona pero don
Petrus hizo contrato con una maestra que ven a a darnos educación. Unos cuantos aos vino;
recuerdo que ngela no aprovechó mucho por ser muy distra da. Cuando desapareció la
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maestra me entró la picazón de saber ms y empec a sacar libros de la Biblioteca
Municipal. Y le digo que hoy sigo con los libros y la cultura.
Bueno, aparte. De santita nada. Sigo confesando y las cosas de la vida no me dan
ninguna vergenza. Siempre dormimos juntas, desde que puedo acordarme y hasta hoy. Y,
como todas las muchachas, nos acariciamos. Quiero decir que aunque duerman solas,
cuando les llega cierta edad todas las muchachas se tocan. Tambi n los varones pero, claro,
no es igual.
Y s , todo hay que decirlo. Sin despreciar, en aquellas intimidades me di cuenta que
ella era una fogosa muy brava y no alcanzaba satisfacción completa. As que mi deber
tendr a que haber sido vigilancia severa. Pero intil, doctor. A cada descuido una escapada.
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